Nací
en el campo allá por el 1945, eran tiempos difíciles para todo el
mundo pero mas aún para las familias con pocos medios como la mía.
De niña no pude ir a la escuela ni yo ni mis hermanos, éramos
cuatro tres niñas y un chico y había que ayudar en casa en todo lo
que se podía. Así desde bien pequeña guardaba animales y cuidaba
de mis hermanos porque yo era la mayor. Con pocos años ya cogía
aceitunas a los kilos . Cuando fui un poquito mayor con unos 14 años
me pusieron a coser en casa de una mujer para que ella me enseñara
mientras la ayudaba, esto estaba a unos tres o cuatro kms de casa,
los cuales los hacíamos andando o montados en un mulo que nos dejaba
el padre de una de mis amigas que venían conmigo. Éramos tres así
que dos montábamos en el animal y otra se cogía de la cola para que
el animal la remolcara un poquito en la cuesta arriba del camino.
Esto era el día a día durante un año, hasta que llegó de nuevo la
temporada de recogida de aceituna y de nuevo hubo que dejar la abuja
y el dedal para recoger la cosecha.
Cuando acabó la temporada le dije a mi padre que quería una máquina de coser, y él me dijo que no podía comprármela, que si la quería la ganara yo trabajando en el campo con una tía mía. Así escardando, deshierbando y cegando durante todo un año conseguí ganar lo suficiente para comprar mi máquina de coser , pues mis amigas todas la tenían ya. Una vez la tuve, me puse tan contenta. Pero me surgió otro problema, no tenía nada que coser, pues en casa no había dinero para comprar tela. Mi padre me dijo que si quería tela debía de seguir trabajando a peón y medio, es decir el peón para la casa y el medio era para la compra de la tela para hacer la ropa para todos con la ayuda de mis amigas. Así cortábamos algunas cosillas y otras nos las cortaba la maestra.
En aquellos tiempos no había tantas fiestas, y estas reuniones de trabajo muchas veces servían también para relacionarnos con la gente de nuestra edad conservar la amistad, charlar y divertirnos a nuestra manera.
Ahora tengo sesenta y un año, cuido de mi madre y voy a la escuela de Adultos allí aprendo algo de lo que antes no pude, además de hacer amistades y distraerme con mis compañeras, y las maestras que son estupendas.
Antonia Ruiz Martos.
Cuando acabó la temporada le dije a mi padre que quería una máquina de coser, y él me dijo que no podía comprármela, que si la quería la ganara yo trabajando en el campo con una tía mía. Así escardando, deshierbando y cegando durante todo un año conseguí ganar lo suficiente para comprar mi máquina de coser , pues mis amigas todas la tenían ya. Una vez la tuve, me puse tan contenta. Pero me surgió otro problema, no tenía nada que coser, pues en casa no había dinero para comprar tela. Mi padre me dijo que si quería tela debía de seguir trabajando a peón y medio, es decir el peón para la casa y el medio era para la compra de la tela para hacer la ropa para todos con la ayuda de mis amigas. Así cortábamos algunas cosillas y otras nos las cortaba la maestra.
En aquellos tiempos no había tantas fiestas, y estas reuniones de trabajo muchas veces servían también para relacionarnos con la gente de nuestra edad conservar la amistad, charlar y divertirnos a nuestra manera.
Ahora tengo sesenta y un año, cuido de mi madre y voy a la escuela de Adultos allí aprendo algo de lo que antes no pude, además de hacer amistades y distraerme con mis compañeras, y las maestras que son estupendas.
Antonia Ruiz Martos.